El niño y la garza: el último viaje de Hayao Miyazaki - Paloma & Nacho

El niño y la garza: el último viaje de Hayao Miyazaki

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El niño y la garza es una película introspectiva y experimental: nos lleva en un viaje al mundo de los muertos con los trazos y narrativas del Studio Ghibli.

En esta historia, Mahito, que perdió a su madre durante la Guerra del Pacífico llega a un nuevo hogar. Además de estar rodeado de personas que no conoce y la nueva esposa de su padre, se encontrará con la incertidumbre de una vida distinta. Una garza que habla lo incitará a viajar a un mundo desconocido. Así comienza El niño y la garza, la película más reciente ―y la que también se presume la última― del japonés Hayao Miyazaki. Artista y director de cine animado que fundó Studio Ghibli. Reconocido por clásicos infantiles como El viaje de Chihiro (2001), Mi vecino Totoro (1988) y muchos más.

El niño y la garza conjuga las constantes del cine de Miyazaki. Las temáticas que han caracterizado sus obras (el miedo en la infancia, la pérdida de un padre, lo éxodos que cambian el destino) y también los recursos visuales que lo hacen inolvidable (pintorescas vistas, animales fantásticos, colores vibrantes). Pero no se trata de un clásico “familiar” o “infantil”, es, en realidad, una película introspectiva y de corte experimental que invita a la reflexión y la nostalgia. Se desarrolla con una historia que se transforma con cada secuencia, como un sueño o una pesadilla, con símbolos y moralejas de libre interpretación.

Un viaje al mundo de los muertos

El niño y la garza

Durante la primera parte de la cinta, acompañamos a Mahito en su adaptación a una nueva vida. Para él, es complicado aceptarla, es difícil soltar la idea de la familia como la conocía ahora que su madre falleció. Además, el convertirse en hermano mayor es algo que no termina de aceptar. Ni tampoco la idea de llamarle “madre” a la hermana de su mamá. El dolor y la nostalgia se combinan con la soledad y el hastío. Pero el viaje apenas comienza.

Tras algunas semanas de habitar en este nuevo hogar, una sospechosa garza parece estar obsesionada con él. Le sigue sin parar y, en ocasiones, toma la forma de una extraña criatura que no es precisamente un animal. Después de atravesar complicaciones en su nuevo colegio, el ave insiste en que le acompañe en lo que se convertirá en un viaje como ninguno. La garza le promete lo que su corazón más añora: volver a ver a su madre.

El recorrido que iniciará Mahito no se resolverá a través de grandes hazañas o la resolución de acertijos. Se trata de un camino lleno de reflexiones sobre su pasado y el de sus ancestros. El chico tendrá que resignificar la relación con su familia sin saberlo. Lo que comienza como una trampa para visitar el mundo de los muertos lo llevará a descubrir aspectos de su madre que desconocía y que, sólo por tratarse de una película de Miyzaki, es posible explorar.

Las aventuras que Mahito vivirá en El niño y la garza, más que resultar anecdóticas, sirven de reflexión para él y, por supuesto, para la audiencia. Ponen sobre la mesa cuestiones tan poéticas como imposibles: ¿qué le dirías a tu madre si pudieras conocerle en su juventud? Una película que se mueve en el plano experimental, pero que, también, regala un relato épico a la altura de las vivencias de Dante Alighieri.

Mágicos trazos e inigualables pinceladas

El niño y la garza el último viaje de Miyzaki

El cine de Hayao Miyazaki no se desarrolla precisamente con una sucesión canónica de eventos. Presenta, en realidad, una serie de momentos maravillosamente diseñados a través del particular estilo de animación del Studio Ghibli. Conocido por la combinación de trazos realizados a mano con la animación digital.

La travesía de Mahito comienza en una casa dentro de un prado, rodeada de animales y agua. Poco a poco, le acompañamos en diversos espacios, cada uno más improbable que el anterior. Sobre todo cuando se abre paso en el mundo de los muertos, donde los personajes pueden encontrarse flotando en el espacio o dentro de un cementerio. Es gracias a las sublimes imágenes y colores, que bien podrían pertenecer a un cuadro de Joseph Mallord William Turner o Claude Monet, que nos adentramos en el onírico universo de Myazaki.

Los detalles más cruciales en la cinta no se encuentran en los diálogos que intercambian los personajes, sino en los ademanes de estos y la delicada complejidad del entorno que les arropa. Cada situación guarda particularidades: desde la forma en que una anciana se mueve, cómo explotan y se expanden las viseras de un pez o, incluso, la manera en que el fuego crece y crece como un ente vivo.

El niño y la garza se convierte en un relato, sí, sobre la familia, pero, sobre todo, sobre la aceptación de la misma: indaga en su capacidad de reconstruirse, en la singularidad de sus lazos. En la travesía que recorre Mahito nos sumergimos también en su dolor, su miedo y también en su valentía. Y, como le recuerdan en medio del éxodo que le cambia la vida, hay que colocar, por sobre todas las cosas, la paz, la generosidad y la belleza.

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Autor

  • Astrid García Oseguera

    Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Se ha especializado en la escritura creativa para medios impresos y digitales desde la redacción, investigación, traducción y edición. Entre sus colaboraciones escritas se encuentran sitios como las revistas Algarabía e Icónica, la Cineteca Nacional y El ojo que piensa. Es coeditora del sitio de análisis Lumbre Cinema y programadora de la plataforma de streaming del IMCINE, FilminLatino.

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