Justo a unos días de la entrega de la edición 62 de los Arieles de la Academia Mexicana de Cine, en la que se alzó con los premios de Mejor ópera prima y Mejor actor, se estrena en las salas de todo el país Mano de obra de David Zonana.
Cinta debut como director del también productor, editor y guionista mexicano, colaborador habitual de realizadores como Michel Franco o Gabriel Ripstein en proyectos como Las hijas de abril, Chronic: El último paciente o 600 millas, Mano de obra resulta mucho más que un afortunado primer trabajo detrás de la cámara.
Dueña de una austeridad formal minuciosamente planeada y soportada por un guion sólido y una mirada directa, la apuesta narrativa de Zonana descansa en un eficiente recurso poco común en una primera película: la cámara fija. Una apuesta contraria a la pirotecnia y el artificio que, en algunas ocasiones, resulta una tentación particularmente atractiva para quienes consiguen el sueño de dirigir su primer largometraje. A veces, lo más sencillo es lo más poderoso y lo más importante necesita ser despojado de adornos o distractores. Algo que resulta muy claro en los más de 80 minutos en los que las cosas suceden justo enfrente de la lente y ésta apenas se mueve para seguir a algún personaje o corregir el encuadre.
Así, la forma dialoga con la historia a contar para proponer un muy particular retrato de la sociedad en la que vivimos. En ella, Francisco, un albañil que trabaja en la construcción de una casa lujosa de la Ciudad de México, se enfrenta a los responsables de la obra ante su negativa de indemnizar a su cuñada tras la muerte de su hermano durante un accidente de trabajo. Lo que en un principio parece la lucha inútil de un hombre solitario frente al sistema, con un par de golpes de suerte inesperados, se convierte en la épica de una rebelión en la que participarán todos los involucrados en el levantamiento de la casa. Los albañiles toman la construcción y el conflicto estalla.
Entonces aparecerán un interesante estudio de personaje, soportado en la brillante interpretación de Luis Alberti (acreedor al Ariel a Mejor actor mencionado anteriormente) y una dura e inteligente reflexión acerca del control y la propiedad como símbolos de poder. El destino cambia constantemente y las vueltas que da son inesperadas. ¿Cuáles son los costos de imponer voluntades? ¿Cómo funcionan la venganza y sus mecanismos? ¿Qué garantiza el poder a quién encabeza una revuelta? ¿Por qué cambia la suerte?
Lo que en un principio parece un melodrama sobre la crueldad del destino con los más débiles se convierte en un cuento sobre la descomposición moral y la corrupción de un líder. En un agudo retrato sobre el clasismo que vivimos en la sociedad mexicana, y en muchas otras sociedades, de nuestros días.
En tiempos complejos para el cine mexicano, en los que además de la emergencia sanitaria hay que luchar por tratar de conservar apoyos y presupuestos ganados con el trabajo de varias décadas de todo el gremio, siempre serán buenas noticias el debut de directores como David Zonana. Más nuevas voces como la suya, reflexivas y propositivas, para un cine que necesita seguir retratándose y cuestionándose y reinventándose en pantalla.
