Miyazaki: el malo y el bueno | Paloma & Nacho

Miyazaki: el malo y el bueno

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Jorge Luis Martínez explora en esta entrega de su columna “De perfil” la vida, inspiración y estilo del artista y director Hayao Miyazaki.

“Las cosas más molestas en la vida son las que más valen la pena. Si las perdieras, en un segundo querrías recuperarlas.” | Hayao Miyazaki

Miyazaki dibuja sus historias, no las escribe. Cada proyecto nace como una imagen. Luego otra y después muchas más. Propone la idea a su productor. Una vez aprobada, su equipo comienza a darle sentido a sus bocetos. Desarrolla el relato plasmándolo directamente en storyboards mientras la producción ya está en marcha. A la par supervisa, corrige, modifica, se deprime y bloquea. Sale a caminar, desaparece por unos días. Regresa con nuevas y mejores ideas. Lo da todo en los últimos momentos. Entrega una obra maestra. Anuncia su retiro, pero al poco tiempo vuelve al ruedo. Éste es, ha sido y probablemente siga siendo, el modus operandi de Hayao Miyazaki. 

La obra del cineasta japonés de casi 83 años es un referente a nivel mundial sobre los alcances de la animación. Es también, una colección de historias con jóvenes protagonistas que se adentran a lo fantástico, en las cuales se repasan los mismos temas desde diferentes ángulos. Pero, sobre todo, como lo menciona Guillermo del Toro, es una ventana para descubrir la biografía del autor.

Recientemente, llegó a los cines su catorceavo largometraje, El niño y la garza. Originalmente, llamada Kimitachi wa Dō Ikiru ka lo cual se traduce “¿Cómo vives?” (título tomado de un popular libro infantil). La historia y los símbolos de esta cinta son, de nuevo, una invitación para indagar en el genio de Miyazaki. Y para entender cómo, de una personalidad melancólica y depresiva, pueden brotar películas capaces de encender una luz en la oscuridad de cualquier alma. 

Miyazaki niño

10 años con Miyazaki

Al niño nacido el 5 de enero de 1941 en Tokyo, en plena Segunda Guerra Mundial, le tocó ver todo tipo de tragedias. Por ejemplo, el incendio de un hospital desde la ventana de su cuarto, cuando tenía cuatro años. Tras el fallecimiento de su primera esposa, su padre, Katsuji Miyazaki, se casó con la hermana de la difunta —una costumbre para preservar la economía familiar—. Katsuji fabricaba aeroplanos para el Ejército Japonés, lo cual garantizó ciertas comodidades para su familia. 

A los seis años, su madre cayó enferma de tuberculosis vertebral, postrándose en cama durante el crecimiento de sus hijos. El mismo Hayao, segundo hijo de cuatro, era retraído, débil y los doctores pronosticaron que no viviría más allá de los 20. En lo profundo de su ser, el joven deseaba no haber nacido. Pero entonces encontró en el manga (cómics japoneses) y los dibujos, una razón para vivir y afirmarse ante el mundo. 

La juventud de Miyazaki nos ayuda a entender no sólo distintos elementos que se repiten a lo largo de su obra (el duelo por la madre, el conflicto entre despreciar la guerra y ser parte de ella, la pureza de la infancia, el escape a lo fantástico). También la actitud y fama de viejo gruñón que el animador se ha ganado a pulso. Basta con ver el documental 10 años con Hayao Miyazaki, para darse una idea de lo último. 

Miyazaki malo

Ponyo y El viento se levanta de Hayao Miyazaki

En este documental, el director Kaku Arakawa persigue y espía a Miyazaki. Durante la producción de Ponyo y el secreto de la sirenita (2008) y El viento se levanta (2013). Registra lo caótico de su proceso creativo, la interacción con sus empleados y la tensa relación con sus socios. Toshio Suzuki, productor de Ghibli e Isao Takahata, director y uno de sus primeros mentores, así como la conflictiva relación con su hijo, Goro. También lo vemos con mal genio, maldiciendo, echando pestes sobre el trabajo de sus animadores y sobre el suyo propio, obligando a su equipo a trabajar en medio de una emergencia nacional. Incluso nos regaló un meme que pinta perfectamente la desesperación “Miyazakiana“:

Hayao Miyazaki se convirtió en un meme en 10 años con Miyazaki

“No puedes ser director a menos que pongas toda tu vida en ello”, sentencia Miyazaki en algún momento, a propósito de la decepción sobre la ópera prima de su hijo. Después añade:

“Dirigir no es un trabajo fácil. Tienes que trabajar hasta que te sangre la nariz y contemplar lo que lograste. Aún así, muchos no logran nada.”

En otra conversación con Jean Giraud, Moebius ―figura esencial de los cómics e influencia para Miyazaki―, el creador de Totoro acepta tener una personalidad “depresiva, desesperada y desesperanzadora”. No lo muestra en su obra ya que como artista le interesa indagar en “aquello que hace una película feliz o que me hace a mí feliz”. Pero, ¿qué hace feliz a Miyazaki?

La última de Miyazaki

La obra de Miyzaki puede compararse con cienasta como Lynch o Fellini

La convicción de Miyazaki en poner toda su energía en la realización de una cinta nos ayuda a explicar por qué, desde 1997, cada película suya se anuncia como la última. Desde Nausicaä del Valle del Viento (1984), pensó que sería la última tras ver la carga de chamba y los sacrificios personales que implicaba. Sin embargo, el éxito y la influencia de aquella cinta, así como su imparable impulso creativo, lo llevaron a fundar Estudio Ghibli, junto a Suzuki y Takahata. Y a realizar un clásico tras otro, a costa incluso de sus relaciones personales. 

Dentro del propio universo temático y estilístico del director, cada cinta difiere drásticamente de la anterior. En su filmografía, lo mismo caben aventuras épicas de distintas épocas (Nausicaä, Castillo en el cielo, La Princesa Mononoke), películas con anécdotas más íntimas (Mi vecino Totoro, Kiki: entregas a domicilio, [2008] y El viento se levanta), exploración de mundos fantásticos (El viaje de Chihiro, Ponyo). Sin embargo, es en El niño y la garza en la que convergen las inquietudes temáticas y formales que podrían englobar toda su obra. 

Y es que, volviendo al tema de qué hace feliz a Miyazaki, podríamos decir que en primera instancia es el dibujo mismo y su capacidad de crear personajes que cobran vida a través de la animación. Aunque estudió Ciencias Políticas, Miyazaki se clavó durísimo en el estudio del arte, practicando anatomía y diseño arquitectónico para dar forma a sus creaciones (de ahí el detalle en sus naves y la precisión en el movimiento de las criaturas). Sin embargo, estos singulares mundos solo cobran sentido a través de personajes jóvenes, bondadosos, cuya determinación impulsa el movimiento en cada fotograma.

A la vez, su admiración por la pintura le impuso un estándar de exigencia propio con el que a menudo no está conforme: en 10 años con Miyazaki (2019) se lamenta de que sus trazos no estén a la altura de sus ídolos. Sin embargo, hay varias secuencias en El niño y la garza en las cuales se permite este despliegue de sensibilidad pictórica. El incendio del hospital, el primer encuentro con la Garza o la entrada a la sala de partos. Todas ellas suponen un juego de texturas, formas y color que lo colocan más cerca de autores que empujan las capacidades plásticas del cine desde narrativas oníricas como Andrei Tarkovski o David Lynch― que de Walt Disney, con quien a menudo lo asocian. 

Otro tema que apasiona a Miyazaki es el viento. Ya sea a través de la vida en un desierto post apocalíptico (Nausicaä), de batallas aeronáuticas (Porco Rosso o Castillo en el Cielo) o simplemente el pasar del aire a través del cabello de sus personajes, hay una fijación constante en recrear estas físicas.

Los sueños de la depresión producen Garzas

El niño y la garza, El viaje de Totoro y Kiki entregas a domicilio

Como otras cintas de Miyazaki, El niño y la garza es una celebración de la imaginación. Una vez más, su personaje “atraviesa el espejo” para encontrar una serie de aventuras que lo llevan por un mundo fantástico, hostil y fascinante. Este mundo de la imaginación es el mismo en el que viven las hermanas de El viaje de Totoro, el que les hace decir “Todo fue un sueño pero a la vez sí pasó”. Esta épica aventura interna pudo durar un segundo y a la vez lo transformó todo. Cuando el niño vuelve a la realidad, ha sido transformado. 

Si el personaje representa al joven Miyazaki, si la garza es el productor Suzuki, si el Tío Abuelo es Takahata o Miyazaki mayor, da lo mismo. Es una obra abierta a la interpretación pero con potentes símbolos. Es una revisión autoral que, si bien se alimenta de autoreferencias, se defiende en su propio lenguaje. Como El Espejo (Andréi Tarkovski, 1975) u 8 ½ (Federico Fellini, 1963). Y que no sólo invita a una reflexión por parte de las audiencias, sino que las confronta directamente al preguntarles: ¿Cómo vives?

En uno de los momentos más importantes de Kiki: entregas a domicilio (1989), la aprendiz de bruja Kiki ha perdido sus poderes al caer en depresión. Tras ser cobijada por una pintora hippie, Kiki reconecta con su propia magia una vez que es impactada por una pintura. El talento de cualquier artista, nos dice Miyazaki, es de hecho un poder mágico. Es igual que sea una bruja, un pintor o un panadero. Miyazaki, con todo y su mal genio, nos invita a experimentar la magia de lo cotidiano, pues, como él mismo cuestiona: “¿Para qué buscar afuera grandes mundos si puedes descubrirlos en lo más pequeño?”. 

Ilustración: Jorge Luis Martínez

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Autor

  • Jorge Luis Martinez

    A los 8 años vi Luces de la ciudad y mi vida quedó marcada por la materia audiovisual. Hoy, edito, dibujo y hago memes en El Deforma. Cuando regreso a la vida, prefiero pintar y cocinar ramen.

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