Coloridas imágenes del puerto de Belfast y algunos otros puntos de la capital de Irlanda del Norte, se acompasan con el entusiasta tema “Down To Joy” de Van Morrison (originario de dicha ciudad) para dar paso a la que es hasta ahora la cinta más personal creada por el reconocido actor y director Kenneth Branagh.
En un tránsito visual del color hacia el blanco y negro, el relato inicia el 15 de agosto de 1969, en donde vemos a través de los ojos de Buddy, un pequeño de nueve años, la vida cotidiana de su familia. El contexto es el creciente conflicto social que entonces enfrentaban los protestantes contra los católicos en la región, estableciendo muy claramente desde los primeros minutos del filme, el escenario y circunstancias sobre los que se desarrollará la trama. Aunque más allá de adentrarse en los detalles político-ideológicos que caracterizaron esos días de agosto, la historia se concentra más en la relación nuclear del pequeño, aprovechando al máximo el talento del brillante Jude Hill cuya interpretación es por demás convincente y conmovedora.
La dinámica entre las tres generaciones de la familia (el niño, sus padres y abuelos), dota a la película de un profundo sentido de unidad, complicidad y pertenencia. Sobresale la participación de Ciarán Hinds y Judy Dench (ambos nominados al Óscar) como los sabios y agudos abuelos, cuyos diálogos no tienen el menor desperdicio. El padre del pequeño, interpretado por Jamie Dornan, es un hombre fuerte, trabajador y firme, de religión protestante, mas no militante en el conflicto, y se ve presionado por sus pares para unírseles en contra del sector católico de la comunidad. Esto deriva en serias diferencias familiares, principalmente con su esposa, personaje a cargo de la talentosa Caitriona Balfe, cuando se plantean dejar la ciudad ante las adversas circunstancias.
Belfast no resulta una película pretensiosa en lo absoluto, la sensibilidad con la que Branagh contrapuntea las dificultades sociales, culturales y políticas con el corazón de una familia a través de la inocencia de un niño, dan como resultado un trabajo estremecedor. Sin buscar incisivamente conmover al espectador por medio de la tragedia o el drama, tampoco abusa del elemento infantil, que fácilmente podrían ser ingredientes explotados narrativamente, algo que desde luego, se agradece.
Es innegable que el filme está hecho con un profundo amor a esa ciudad. La decisión de que los protagonistas y coestelares sean de origen irlandés (la mayoría de ellos, nativos de la misma ciudad de Belfast), es un homenaje a su gente, su origen e historia. Los hechos, algunos de ellos autobiográficos plasmados por el director, exudan nostalgia y romanticismo, no solamente hacia el pasado, sino también al cine y a la televisión como refugio y esparcimiento siendo éstos un salvavidas ante la no muy prometedora realidad.
¿A dónde o a qué pertenecemos? ¿A nuestras creencias, a nuestra familia, al lugar en el que nacemos, crecemos? Éstas son algunas de las preguntas que me vinieron a la cabeza después de ver esta entrañable película. Belfast es en concreto, un recuerdo idealizado, como ha declarado el mismo director en varias ocasiones, dedicado a los que se quedaron, los que se fueron y por todos los que perdimos.
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