Michael Mann regresa en grande con un retrato de la vida personal y profesional de Enzo Ferrari.
Enzo Ferrari es el Hombre, la Leyenda, el Commendatore. El tipo que ostenta el apellido que estimula las fantasías vehiculares de millones de hombres alrededor del mundo es, en esta cinta dirigida por Michael Mann y protagonizada por Adam Driver, un ingeniero despiadado. Su religión es la velocidad y en el afán de romper todos los estándares deja un rastro de desdicha y dolor por donde pasa.
A diferencia de otras cintas del género biográfico que pretenden abarcar la vida de una persona desde su nacimiento hasta su muerte, ensalzando sus logros y minimizando sus contrastes; Michael Mann decide en Ferrari centrarse en un periodo conciso de la vida del dueño de la escudería italiana. Cuando, en 1957, poco después de la muerte de su hijo Dino y en medio de una debacle personal, se prepara para ganar la carrera de las Mil Millas junto a su equipo de corredores y de paso salvar a su compañía de la quiebra. También indaga en la quebrada relación con su esposa y socia Laura (Penélope Cruz), así como con su recluida novia Lina Lardi (Shailene Woodley) y su aún no reconocido hijo Piero (Giuseppe Festinese).
Con guion de Troy Kennedy Martin basado en la novela de no ficción Enzo Ferrari: el Hombre y la Máquina de Brock Yates, Mann decide trazar un retrato emocional de un hombre para quien el desapego era parte de su código. Nos permite comprender al retratado desde sus errores y fantasmas pero también desde los sueños que persigue y que consolidaron su marca como símbolo de elegancia y velocidad.
Michael Mann regresa a todo gas con Ferrari
La cinta arranca con un Enzo de casi 60 años (interpretado por un Driver de 40), quien sale silenciosamente de la segunda casa, se encuentra con su aún esposa con quien negocia a base de balazos equívocos y después visita la tumba de su hijo. Luego, decidido a recuperar inmediatamente un récord arrebatado por un rival, presencia la muerte de su corredor Eugenio Castelotti (Marino Franchitti) tan solo para sustituirlo inmediatamente por la sangre fresca de Alonso de Portago (Gabriel Leone) como si se tratara de una pieza descompuesta. Según los medios de la época, estamos ante “un Saturno que devora a sus hijos”.
La masculinidad a mil por hora se expone a través de contrastes. Contrastes de luz y sombra con fondos monocromáticos (diseño de producción de Maria Djurkovic), contrastes de montaje que entrelazan el ritual católico de la eucaristía con el éxtasis de la carrera (edición de Pietro Scalla) y contrastes de sonido entre el frenesí de la velocidad, el efecto doppler y los silencios que le suceden (edición de sonido de Tony Lamberti y diseño sonoro de David Werntz).
Por su parte, la fotografía de Erik Misserschmidt es elegante y distante en los momentos que indagan en la vida personal de Ferrari, pero extremadamente cercana, íntima y arrebatada en las secuencias de carreras. Estas, por cierto, están resueltas con una aparente sencillez que llevan al espectador a experimentar la emoción y la adrenalina adictiva que posee a los corredores.
Una historia cocinada durante 20 años
Esta historia concebida a lo largo de 20 años y “peloteada” con Sidney Pollack –a quien la película está dedicada– muestra y resalta los procesos creativos y profesionales de Enzo Ferrari, así como la potencia y legado de su carrocería. Pero el foco está puesto en la vida interna de los personajes.
Prueba de ello es la secuencia intermedia en la cual acuden a la ópera y, durante la interpretación de La Traviata, Mann recurre a flashbacks para mostrar los recuerdos, traumas y anhelos del propio Enzo, Laura y Lina. En manos de otro director, este momento podría caer en un empalagoso cliché, pero la maestría alcanzada por el director de Alí (2001) le permite dejar apenas lo necesario para adentrarnos en la psique de los involucrados.
Algo similar ocurre con las actuaciones. Las diferencias de edad, lenguaje y nacionalidad entre los actores y los personajes retratados no son impedimento para que Adam Driver y Penélope Cruz construyan a sus personajes con sutiliza y ferocidad cuando es necesario. En especial Driver se entrega con la seguridad y tenacidad que requiere un personaje para quien no cabe la duda o el temor en el momento más crítico. Como adoctrina a sus corredores: “dos objetos no pueden ocupar el mismo lugar en el espacio”. Incluso la audiencia, consciente de esta dualidad, no puede evitar caer en sus encantos.
Enzo Ferrari, ¿no resolvió?
Así, tras un matrimonio roto y varias tragedias dejadas a su paso, Enzo visita una vez más a su fallecido hijo, acompañado por su otro hijo a quien le negará el apellido todavía varios años. Aunque los intertítulos nos indican que este Piero es el Ferrari que hoy en día dirige la compañía.
Michael Mann se proyecta en este Enzo creador que atropella todo a su paso, pero esquiva los sentimentalismos, la condena moral o el final con fábula. En vez de eso, el octogenario director decide una ruta más interesante y plantea más dudas que respuestas. Ya que no puede haber resolución para un personaje que no supo resolver. La carrera, sin embargo, vale completamente la pena.
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