Sergio López Aguirre profundiza en el entorno y particularidades de la primera adaptación de Charlie y la fábrica de chocolate, una obra escrita en 1964 por Roald Dahl.
En esta primera entrega de “Luces, cámara ¿ya te la sabes?: Datos curiosos del cine” se explorará Willy Wonka y la fábrica de chocolate (Mel Stuart). Una película de los años 70, que se adelantó a la mercadotecnia, drama y cancelaciones que hoy son comunes en Hollywood.
La industria de los alimentos, en especial la de los dulces, se ha tomado muy en serio la guerra para ganar más y más adeptos en el mercado. Tanto así que muchas veces estas batallas terminan arrasando todo a su paso.
Hace 100 años había dos compañías que peleaban tanto que incluso mandaban a sus empleados a trabajar a la competencia como “espías”. Así obtenían todos los secretos de su enemigo, estas empresas eran las británicas Cadbury y Rowntree’s.
Cadbury también asistía a escuelas a preguntarle a los niños sobre los sabores de sus nuevos chocolates y que los calificaran del 1 al 10. Una de estas escuelas quedaba cerca de la casa matriz de Cadbury y hubo un niño que nunca olvidó esa experiencia: el autor Roald Dahl. Años después, Dahl escribiría lo que muchos considerarían un clásico de culto ―para J.K. Rowling es uno de los 10 libros infantiles que debe leer todo niño― Charlie y la fábrica de chocolate.
Hoy en día, debido al volátil mundo de las redes sociales, cualquier persona es capaz de señalar defectos, pedir cancelaciones e incluso manejar una superioridad moral. Que sólo existe en el mundo digital y a su conveniencia. Cualquier personaje público es analizado con microscopio en busca de encontrar algo moralmente cuestionable, pero Roald Dahl lo vivió hace más de 50 años.
¿Cómo llegó a la pantalla grande?
En la primera edición de Charlie y la fábrica de chocolate, valuada ahora en 85,000 pesos mexicanos, el autor describía a los Oompa-Loompa como pigmeos africanos de piel oscura. Que trabajaban en la fábrica de Willy Wonka por semillas de cacao. La Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP por sus siglas en inglés), acusó de racista la descripción. Fue por eso que en su segunda edición ya tenían otro tono de piel y provenían de Loompalandia.
La ironía es que Dahl quería que Charlie, el protagonista, fuera un niño negro. Pero fue su agente quien lo convenció en describirlo como blanco porque apelaría mejor con los lectores.
Roald Dahl originally wanted Charlie from Charlie and the Chocolate Factory to be black #r4today pic.twitter.com/h2P4NkI78f
— BBC Radio 4 Today (@BBCr4today) September 13, 2017
El libro de Dahl tuvo millones de lectores. Una de esas persona fue una niña de 10 años, que le pidió a su papá, un director de cine, que hiciera la película de esa obra. Fue entonces que el director, Mel Stuart, puso las manos a la obra para buscar la forma de financiarla.
Por el mismo tiempo, la Compañía Quaker Oats estaba buscando la forma de promocionar una nueva barra dulce. Aunque tenían nula experiencia en la financiación de películas, compraron los derechos del libro de Dahl. Produjeron la cinta para vender su barra que ahora llevaba el nombre de “Quaker Oats Wonka Bar”. Además, cambiaron el título de la película: quitaron a Charlie y usaron mejor el título de Willy Wonka y la fábrica de chocolate.
Esta decisión no le gustó a Roald Dahl. Y no fue su único problema: el autor quería al comediante y locutor Spike Milligan como protagonista. El director lo rechazó y escogió al ahora insuperable Gene Wilder. El resto de las quejas eran sobre el mencionado cambio de título, el protagonismo de Willy Wonka y el exceso de música alegre.
La recepción y legado de Willy Wonka y la fábrica de chocolate
Al final, la cinta no tuvo el éxito esperado, recaudando $4 MDD cuando costó $3 MDD. Paramount Pictures, el estudio responsable de su distribución, no renovó los derechos. Quaker Oats, que ya no estaba interesada, se los vendió a Warner Bros. por $ 500,000 dólares. Apareció el formato de video y ahí cambió la historia por completo convirtiéndola en una película de culto.
Hoy en día, es común escuchar quejas sobre aquellas películas que son un mero vehículo comercial sobre uno o más productos (Google en Aprendices fuera de línea, de Shawn Levy, [2012] es un ejemplo). En ese sentido, Willy Wonka y la fábrica de chocolate es una muestra de cómo una marca de alimentos buscó la forma de promocionar una nueva barra entre el público. Básicamente, el primer comercial de 100 minutos disfrazado de película.
¿Es eso malo? Sin haber sido financiada por Quaker Oates, probablemente el libro habría tomado muchos más años para ser adaptado a la pantalla, con un casting muy diferente y, quizá, sin alcanzar la magia de la película de Mel Stuart. Su estatus de culto sería nulo y, tal vez, habría pasado sin pena ni gloria. Entonces, ¿por qué juzgar cuando algo se hace con motivos puramente mercadotécnicos si esto resulta en un producto que resuena en cientos de generaciones?
Al final, esto le abrió el camino ―para bien y para mal― para que las compañías vieran en el cine como un buen brazo mercadotécnico para controlar sus anuncios. Willy Wonka y la fábrica de chocolate caminó para que Barbie (Greta Gerwig, 2023) pudiera correr.
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