Es casi imposible imaginar una visita al cine sin acompañarla de unas palomitas, te contamos cómo nació esta tradición.
Es difícil imaginar una visita al cine sin acompañarla de palomitas. Su simple imagen representa al disfrute de este arte. Existen de numerosos sabores y presentaciones. Su olor es inconfundible. ¿Te has preguntado de dónde viene la tradición de comer palomitas mientras vemos una película en la pantalla grande? La respuesta está en su precio y accesibilidad. Sigue leyendo para conocer el origen de este delicioso hábito.
Sal, calor y mantequilla
El descubrimiento del potencial que representaban las semillas de maíz (o sea, las palomitas) va directamente al siglo XIX. Todo gracias a Charles Cretors, un comerciante con un negocio de pastelería y confitería. Para su tienda, mandó a hacer una máquina para rostizar cacahuate, pero, al no estar conforme con el resultado, decidió crear su propia máquina. Con este invento, se dio cuenta que servía también para que los granos de maíz explotaran de manera uniforme. Así que, el 2 de diciembre de 1885, compró una licencia para venderlas afuera de su negocio con la máquina que inventó. Así inició una tradición que seguiría hasta nuestros días.
De hecho, desde 1848, la palabra “popcorn” ya se incluía en el Dictionary of Americanisms como un snack predilecto por la gente. Este refrigerio se podría encontrar popularmente en ferias y circos. Su llegada a los teatros y, posteriormente, a los cines fue después.
El auge por preparar esta botana se acrecentó porque no se necesitaban ni muchos ingredientes ni mucha maquinaria para poderla disfrutar. Además, ver los granos de maíz estallar y transformarse en un alimento nuevo y apetitoso era un espectáculo por sí mismo. Por lo que se convirtieron las predilectas de la gente para acompañar una tarde o noche de paseo.
Palomitas + cine
No fue una transición simple la de incluir las palomitas en las funciones con películas. Pues, el inicio del séptimo arte como espectáculo, compartía similitudes con el teatro y, este último, era un pasatiempo elegante, no uno donde se buscara llenarse las manos con grasa ni el ruido del crujir en la boca. Así que, fue en 1927 que las palomitas llegaron al lugar donde siempre pertenecieron: las salas de cine. Esto, por supuesto, tuvo que ver con la transformación del cine silente al sonoro.
Con la crisis que trajo consigo la Gran Depresión, su cualidad económica salió a relucir. Por lo que, afuera de los cines, había carritos con bolsas de este refrigerio en venta para quienes quisieran disfrutar de una botana barata, pero deliciosa. Los dueños de las salas seguían sin estar muy convencidos de estas y no tenían intención en comenzarlas a vender. Sin embargo, al notar que las personas no dejaban de consumirlas, decidieron rentar los lobbys de sus espacios a los vendedores de palomitas.
Al final, ganó el cine
La crisis que representó la Gran Depresión continúo provocando estragos en la economía y, para mediados de los años 30, los cines comenzaron a quebrar. Pero, para sorpresa de los empresarios, aquellos que vendían snacks, se mantuvieron en pie en los momentos más duros. Así que se rindieron ante la preferencia de las audiencias, quienes, una vez que habían probado su deliciosa compañía al ver una película, no quisieron dejar de disfrutar así de la pantalla grande.
Para 1945, la mitad de las palomitas que se vendían en Estados Unidos eran consumidas en salas de cine. En ese momento, los cines ya habían decidido aprovechar el amor por las palomitas y comenzaron a venderlas sin necesidad de un intermediario. Es así como nació lo que ahora conocemos como fuente de sodas en el lobby de los cines. Han pasado varias décadas de ese auge y, aunque las podemos preparar en casa, siempre vamos a preferir la variedad de sabores que nos ofrecen las salas de cine. Ya hay para todos los gustos e incluso podemos pedirlas combinadas para aumentar el disfrute y la compañía.
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