A pesar de los temas difíciles que aborda, la película está imbuida de una esperanza indestructible y de una celebración de la fortaleza humana.
La más reciente película de El color púrpura, basada en la laureada novela de Alice Walker de 1982, llega por fin a las salas de Cinépolis. Se trata de una mirada fresca y conmovedora de la historia que ha tocado las fibras del corazón de algunas cuantas generaciones. Esta nueva versión logra mantener la esencia de la original, mientras inyecta una vitalidad y perspectiva vibrantes, dignas y necesarias en cualquier musical.
Desde su anuncio, la película ha generado expectativas por el legado de sus predecesoras y por el talento involucrado. Bajo la producción de figuras legendarias como Steven Spielberg, Oprah Winfrey y Quincy Jones, la dirección ahora recae en Sam Blitz Bazawule. El hombre que dirigió el documental musical Black Is King de Beyoncé.
Por tanto, muchos esperaban que la película El color púrpura fuera una crítica social a la vez que un espectáculo audiovisual. Una adaptación musical que brillara en los números de baile, así como en el carácter y la profundidad emocional de la historia. Todos ellos elementos que sin duda se encuentran presentes.
¿Reinvención o remake?
La trama se ancla en los desafíos y tribulaciones de la vida de mujeres afroamericanas en el sur de Estados Unidos a principios del siglo XX. A pesar de que aborda temas de violencia, racismo y abuso, la película destila una sorprendente alegría, alrededor de reflexiones sobre la espiritualidad, el autodescubrimiento, el feminismo y la resiliencia de sus personajes.
La adaptación cinematográfica de Bazawule se distingue por su habilidad para explorar dichas temáticas con una sensibilidad notable. Pero al mismo tiempo, desprende de ella, números musicales que le inyectan al carácter histórico un realismo mágico, como sólo el género musical puede conseguir.
La producción está basada en el musical de Broadway creado en 2005. No obstante, también reconoce ampliamente la influencia de la cinta dirigida por Steven Spielberg en 1985. Así, encontramos escenas con una puesta en escena similar a la película ochentera, o incluso los mismos diálogos.
En ocasiones la cinta no se esfuerza por parecer diferente a su predecesora, pero esto es un rasgo totalmente intencional. Y es que la actual El color púrpura lo compensa con algunas diferencias importantes como una agenda feminista moderna, o un mayor profundización en los personajes masculinos. Misma que nos ayuda a entender, precisamente, la naturaleza, los orígenes y los peligros del machismo.
Las actuaciones son la piedra angular
Esta adaptación consigue profundizar en las motivaciones y los dobleces de los personajes de manera propositiva para la historia. Lo que brinda un campo de acción extenso para los actores. En ese sentido, la actuación del elenco resalta con fuerza y es uno de sus puntos fuertes.
Fantasia Barrino como Celie es quien se lleva las palmas. Su actuación magistral navega el espectro emocional de su personaje y su evolución con gracia y profundidad.
Colman Domingo, como Mister, ofrece una interpretación que, si bien es despreciable por las acciones del personaje, también revela las capas de complejidad y humanidad que yacen bajo la superficie.
Junto a ellos, Taraji P. Henson brilla como Shug Avery; y Danielle Brooks captura el espíritu indomable de Sofía y demuestra por qué está nominada al Oscar. La química de dichas mujeres es incuestionable. Cada momento que comparten en pantalla, especialmente en los números musicales, es toda una experiencia.
Música e imágen
Musicalmente, El color púrpura se destaca por contar con una mezcla de géneros como el gospel, R&B, jazz y blues, con algunos matices contemporáneos. Un abanico musical que celebra la cultura afroamericana y que eleva los momentos de una historia de por sí emocional.
La coreografía y las secuencias musicales son ejecutadas con una energía que le da un mayor dinamismo a la historia. Una narrativa que recorre muchos años en las vidas de los personajes y que ocasiona que sus dos horas veinte minutos fluyan como el mejor bailarín en una pista de baile.
En términos visuales, la película es un festín para los sentidos. La cinematografía, a cargo de Dan Laustsen, utiliza la luz y el color de manera excepcional. El diseño de producción y el vestuario recrean con precisión y belleza el periodo en el que se ambienta la historia. Pero son alterados sutilmente para añadir colores vivos, que representan la lucha y el optimismo inagotable de los violentados personajes.
El El color púrpura no sólo rinde homenaje al musical y la cinta de Spielberg. Sino que se atreve a forjar su identidad. Es una película que, a pesar de los temas difíciles que aborda, está imbuida de una esperanza indestructible y una celebración de la fortaleza humana.
La dirección de Bazawule capta con maestría esta dualidad y convierte a la película en una narrativa poderosa sobre la opresión, la liberación, el dolor y el triunfo.
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