El héroe que necesitamos regresa ante los tiempos inciertos que nos aquejan como sociedad.
Es difícil asegurar si el Capitán América es el héroe que merecemos, pero en este preciso punto de la historia, apunta a ser el que necesitamos. Más aún, ante la incertidumbre que impera en todo el mundo debido al segundo mandato de Donald Trump. Algo que sale a relucir cuando vemos que el siempre curioso destino, o quizá una genialidad en la siempre cambiante calendarización de Marvel Studios, quiso que el cuarto filme individual del personaje y la investidura del controvertido mandatario coincidieran en el tiempo, separados por apenas 26 días.
No es un secreto que hubo una época en que el guerrero figuró entre los personajes más detestados del cómic estadounidense, al menos en otros países fuera de los Estados Unidos. Algo comprensible si consideramos que, mientras sus compatriotas lo veían como un símbolo de la libertad, la justicia y la democracia, muchos lectores de otras partes del mundo lo consideraban una personificación del expansionismo y la doble moral que ha caracterizado a la política de la unión americana durante buena parte de su historia. Pero el tiempo nos dice que los símbolos, cuando bien trabajados, pueden ser reinventados.
Y es que hoy, más que nunca, el héroe de las barras y las estrellas se ha convertido en un importante símbolo. No de lo que la máxima potencia mundial es, sino de lo que debería ser.
La reinvención de un héroe
Uno de los mayores logros del Marvel Cinematic Universe, respaldado por el estupendo trabajo de Chris Evans, fue cambiar la vieja concepción del Capitán América en el imaginario global, o al menos dentro del panorama occidental. El viaje comenzó en El primer vengador, donde se enfrentó a la amenaza nazi y que, a ocho décadas de la culminación de la Segunda Guerra Mundial, se mantiene como una de las máximas representaciones del mal. El pico de la conversión llegó con El Soldado del invierno, secuela en la que debió oponerse a una unión americana aquejada por la corrupción de sus instituciones, que se habían rendido ante lo que alguna vez juraron destruir.
El choque directo con la realidad convirtió al chico de Brooklyn, ese que parecía incapaz de romper las reglas, en un eterno detractor del sistema. Así quedó demostrado en Civil War, con un personaje que nunca volvió a seguir aquellas órdenes que consideraba injustificadas y que eran emitidas por autoridades que sólo parecían ambicionar el poder. Fue aquí cuando Steve Rogers dejó para siempre su rol inicial de militar para ascender como un héroe total que operaba únicamente bajo sus principios morales. Una ideología que llevó hasta las últimas consecuencias, tal y como pudo verse en los crossovers que pusieron el punto final a la Saga del Infinito.
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La trilogía original de Capitán América llegó en un periodo de relativa paz social al estrenarse durante la presidencia estadounidense de Barack Obama, lo que no impidió que el viaje del héroe coincidiera con periodos más turbulentos. Nos referimos a Avengers: Infinity War y Avengers: Endgame, cuyas aperturas durante el primer mandato de Donald Trump, contribuyeron a que amplios sectores del público y la crítica vieran a Thanos como una alusión directa al mandatario. La batalla contra la máxima amenaza marvelita hasta ahora, como no podía ser de otra manera, fue liderada por el incansable guerrero bajo los lemas “whatever it takes” (cueste lo que cueste) y “Avengers assemble” (Vengadores unidos), gritos de batalla que apelan a la unión para alcanzar la victoria definitiva sobre el mal.
El retorno de las barras y las estrellas
Tuvieron que pasar nueve años, pero el Capitán América está de vuelta en una nueva entrega individual con Un nuevo mundo. Un título que encaja a la perfección con el tiempo en que se estrena, que bien puede ser considerado como uno de los periodos más convulsos en toda la historia de la humanidad. Una era regida por la intolerancia que nos aqueja como sociedad, las guerras que se libran en distintos territorios y la incertidumbre que impera ante el franco ascenso de la extrema derecha en numerosos países.
El contexto no es el único cambio. Esta vez, el escudo de las barras y las estrellas está en manos de Sam Wilson (Anthony Mackie), quien buscará su consolidación tras las dudas que le aquejaron en la serie The Falcon & The Winter Soldier. Una transición especialmente significativa por ser un afroamericano, el que ahora tendrá la misión de rescatar las sensaciones de esperanza que parecen difuminarse cada vez más entre amplios sectores de la sociedad. También por tratarse de un guerrero cuya fortaleza no recae en ningún suero, sino en el hecho de ser un buen hombre.
Ninguno de estos elementos debe tomarse a la ligera. Menos aún si consideramos que el primer gran enfrentamiento del nuevo Capitán será contra el mismísimo presidente de los Estados Unidos, Thaddeus “Thunderbolt” Ross, cuya belicocidad se potenciará con su conversión en Red Hulk. ¿Coincidencia o referencia? Quizá lo mejor sea que cada quien lo juzgue por sí mismo.
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Y es que ya lo decíamos al inicio: es difícil decir si fue el destino o una genialidad marvelita lo que propició el regreso de Capitán América con Un nuevo mundo en este preciso punto de la historia. Al final, esto es lo que menos importa: el personaje está de vuelta y con él, las esperanzas que van más allá de la ficción y que nos invitan a creer en ese héroe incansable que hay dentro de nosotros.
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