A propósito del estreno de Días perfectos, repasamos la vida y obra de Wim Wenders.
Llegó a las salas mexicanas Días perfectos, reciente largometraje del cineasta alemán de 78 años de vida, Wim Wenders (Düserldorf, 1945). La película sigue el día a día de Hirayama, un conserje que se dedica a limpiar baños públicos en Tokio. Tras varias películas que no fueron bien recibidas, el director de clásicos como Alicia en las Ciudades (1974), Las Alas del deseo (1986) o Buena Vista Social Club (1999), regresa con un estilo más depurado, abraza sus temas predilectos y entrega su cinta de ficción más relevante desde 1995.
En Días perfectos, el protagonista interpretado por Kôji Yakusho enfrenta su labor diaria con la serenidad de un monje budista. El personaje conduce por la ciudad mientras escucha sus viejos cassettes de The Animals, Lou Reed, Patti Smith o Van Morrison. Se trata de un individuo que se entrega al presente y cuyo pasado se sugiere a través de breves diálogos cargados de historia y emotividad. Hirayama se suma a un catálogo de héroes de lo cotidiano que Wenders ha forjado a lo largo de 54 años de carrera.
La vida
Wilhelm Wenders nació en Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial. Las reproducciones de pinturas coleccionadas por sus padres fueron un escape a un mundo distinto al de la realidad alemana de la posguerra. De niño viajaba a Ámsterdam para contemplar los cuadros de Vermeer, Van Gogh, Rembrandt. Quiso ser pintor y llegó al cine, descubriendo poco a poco las posibilidades del lenguaje audiovisual. Estudió cine en la Universidad de Televisión y Cine de Múnich y conformó un equipo de trabajo con el que cimentó las bases de su cine (Roby Müller en la fotografía y Peter Pryzgodda en la edición). Sus primeros filmes se sumaron a los de una generación de jóvenes cineastas alemanes que conformaron el llamado Nuevo Cine Alemán (Fassbinder, Herzog, Schlöndorf). Su espíritu viajero lo lleva a grabar por todo el mundo. Se consagra como director respetado. Se reinventa como fotógrafo. Dirige videoclips para U2. Su cine se vuelve ambicioso y barroco. Se reinventa como documentalista. Pasa dos décadas sin anotar un proyecto de ficción que respalde su legado. Se pasa al 3-D. Y ahora, una pandemia después, decide reinventarse una vez más.
Los viajes
Los personajes de Wim Wenders se desplazan de un lugar a otro, descubriendo su propia historia a la par que los actores que los habitan. En Paris, Texas (1984), Travis (Harry Dean Stanton) recorre con amnesia el Oeste norteamericano; en Las alas del deseo (1986) y Faraway, So Close (1992), un par de ángeles (Bruno Ganz y Otto Sander) caminan por Berlín tentados a entregarse a la experiencia humana; en Historia de Lisboa (1995) el sonidista Phillip Winter (Rüdiger Vogler) recorre la capital portuguesa intentando completar la película de su desaparecido amigo.
Estos recorridos son un pretexto no solo para que Wenders viaje a la par que realiza cada película, sino también para que la historia se desarrolle naturalmente mientras graba las escenas en orden cronológico. La vocación fotográfica y el trabajo con tremendos directores de fotografía le permite captar paisajes, reencuadres, juegos de luz y sombra, siluetas y todo tipo de reflejos con la sensibilidad de un pintor.
Por si fuera poco, Wenders también aprovecha estos viajes para documentar. Busca momentos, situaciones y especialmente personas para retratar. Desde las innovadoras y complejas coreografías de la bailarina Pina Bausch, captadas con tercera dimensión en Pina (2011), hasta la rutina de Jorge Bergoglio (Pope Francis: A Man of His World, 2018), pasando por la escena musical en las calles de la Habana (Buena Vista Social Club, 1999).
La música
En su deambular, los protagonistas “wimwenderianos” se encuentran con todo tipo de personajes. Algunos son encuentros fugaces pero siempre memorables y profundos. Otros son fantasmas que arrojan luz sobre su pasado. A menudo son mujeres hermosas y enigmáticas cargadas de vitalidad. Incluso en situaciones de abierto antagonismo como en El amigo americano (1975), en la cual Tom Ripley (Dennis Hopper) manipula a Zimmermann (Bruno Ganz) para que cometa un crimen, sus personajes necesitan de otro para lograr la comprensión de sí mismos. A pesar de la soledad que las permea, las películas de Wenders hablan sobre cómo nos entendemos como seres humanos.
Prueba de ello son las escenas musicales, también recurrentes en su obra. Aunque a menudo la música acompaña a los personajes en sus autos, son aquellos momentos de música en vivo en donde experimentan una conexión más profunda. Ya sea Nick Cave en Las alas del deseo, Lou Reed en Tan lejos, tan cerca, Teresa Salgueiro en Historia de Lisboa o Sayuri Ishikawa en Días Perfectos, Wenders es de los cineastas que mejor capturan la emoción de un concierto. No por nada su documental Buena Vista Social Club abre en La Habana y cierra en el Carnegie Hall de Nueva York.
El cine más perfecto
A finales de la pandemia, Wim Wenders fue contratado para dirigir un documental sobre los baños públicos en Japón. Al observar cómo los japoneses se reincorporaron a la vida cotidiana, Wenders vislumbró el personaje de un hombre que se dedica con paciencia y entrega a la tarea de lavar baños. En su mente apareció la figura del músico canadiense Leonard Cohen, quien durante varios años se dedicó a la vida monástica.
Tras escribir el guion de la cinta, el actor Koji Yakusho se sumó al proyecto. Una vez ensayadas las situaciones generales de la historia, Wenders y su equipo ejecutaron el proyecto con la lógica de un documental. Esto permitió que Yakusho y su personaje se volvieran uno. Así, la cámara capta momentos únicos tanto de Hirayama en solitario como de su encuentro con los demás. Detrás de cámara, hay un autor con la firme convicción de que las cosas solo ocurren una vez y es un milagro capturarlas.
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