Un subgénero que nos ha volado la cabeza muchas veces.
Éstos son los clichés típicos de los thrillers psicológico, a propósito del estreno de No hables con extraños, con James McAvoy.
La realidad retorcida. Ya saben que la pesadilla, que la alucinación, o el escenario imposible tipo una casa sola en medio de la nada. Como en Juegos sádicos, más o menos.
La paranoia. Esos momentos donde siempre decimos a media película “aaaah, fue él” o “qué se me hace que va a pasar esto”. Y eso pasa porque empezamos a pensar igual que los protagonistas y desconfiamos de todos, como en Abre los ojos o El origen.
Decisiones estúpidas. Ya saben, las cosas están complicadas, y el personaje amenazado tiene la oportunidad de echarse a correr, hablarle a la policía, ¡o lo que sea! Pero, aaaaah, no. El señorito prefiere quedarse para meterse en más problemas. Como en Silencio en el lago.
Se7en, Memento, El aro y, especialmente, El sexto sentido. Cuando vamos al cine a ver thrillers psicológicos, sabemos que, lo más probable, es que nos toque un buen plot twist.
La claustrofobia, los lugares oscuros, y personajes que dan cringe en lugares a los que nunca nos atreveríamos a entrar. Como Clarice cuando va a entrevistar a Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes.
Pero, ¿cómo le hacen para torturar así nuestras mentes y por qué nos gustan tanto los thrillers psicológicos? Los expertos opinan que la adicción que muchos tenemos a este género, se debe a la tensión constante entre lo que la audiencia sabe… o cree saber, y lo que saben los personajes… o lo que no saben, y cómo los cinéfilos nos identificamos con lo que viven los personajes en pantalla.
O sea que mientras estamos ocupados gritándoles que no tomen decisiones tontas, también nos decimos a nosotros mismos que nunca caeríamos en la trampa de un personaje tan sospechoso o de un engaño tan obvio, y esto nos hace sentir superiores a los personajes.
Si no me creen, pongan a prueba esto y vayan a ver No hables con extraños. Nada más con ver el tráiler sabemos que éste es un thriller psicológico con todos sus ingredientes.
El contexto: en sus vacaciones, una pareja y su hija conocen a otra pareja que tiene un hijo que no puede hablar. Se caen bien y la pareja con el hijo los invitan a su cabaña en medio de la nada. Y aceptan. Ahí ya tenemos un problema.
Ya estando en la cabaña, los invitados empiezan a notar como comportamientos raros de los anfitriones, con actitudes un poquito pasivo-agresivas. Ah, pero se quedan, porque qué pena irse, ¿verdad?. ¡Error! Los invitan a encuerarse para nadar en un lago helado. ¡Cómo decir que no!
El anfitrión empieza a cachondearse a la esposa del invitado. ¡No pasa nada, todo normal! Y cuando al fin deciden irse, tienen la llanta ponchada. ¡Oh, no, qué difícil es cambiar una llanta! ¿Y en que para todo? Ah, pues no se las voy a contar, cómo creen. Vayan a ver No hables con extraños, porque el final está, amigos… no se lo van a creer.
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