Nota: El siguiente artículo incluye spoilers.
La era post-Endgame del Universo Cinematográfico de Marvel no ha sido fácil. Nos ha dejado muchas alegrías, pero también algunos desencantos. Hay quienes han aprovechado estos últimos para clamar que la franquicia, y todo el cine de superhéroes, están cerca de llegar a su fin. Nada más equivocado, tal y como ha quedado demostrado con Thunderbolts*.
En los últimos años, hemos escuchado toda clase de teorías que buscan explicar el distanciamiento de la Casa de las Ideas con algunos sectores de la audiencia. Entre las más sonadas están la culminación de la Saga del Infinito, que marcó el final de una era y el adiós de muchos de los pilares fundamentales de esta historia; la falta de vínculos sólidos para la concepción del multiverso; la ansiedad del público por la incorporación de Cuatro Fantásticos y X-Men; e incluso los imprevistos padecidos en el camino como el deceso de Chadwick Boseman, el despido de Jonathan Majors como Kang y su inesperado reemplazo por Robert Downey Jr. en el papel de Doctor Doom. El reciente éxito del grupo de antihéroes nos invita a pensar en una más.
La franquicia nació bajo el concepto clásico del bien contra el mal, y poco a poco evolucionó en una trama más compleja que condujo al rompimiento de los Vengadores en Capitán América: Civil War. Las fases cuatro y cinco cambiaron la línea y apuntaron al conflicto interno con héroes aquejados por la muerte, el síndrome del impostor o los errores del pasado. Una construcción con mucho potencial, tal y como ha demostrado Marvel en sus comics por generaciones, pero que batalló al momento de establecer una conexión emocional con el público cinematográfico.
Un nuevo héroe para un nuevo mundo

Marvel ha demostrado ser un experto al momento de trasladar los grandes momentos de la historia a sus impresos: así lo hizo con la II Guerra Mundial, Vietman y el 11 de septiembre. Sin embargo, ni siquiera su impresionante galería de héroes y villanos puede anticipar las reacciones de la gente ante los sucesos que moldean el curso de la existencia. Nos referimos a la pandemia, que en una coincidencia del destino, se convirtió en la línea divisoria entre la Saga del Infinito y la Saga del Multiverso. Incluso hay quienes equiparan los estragos de la COVID-19 con el chasquido de Thanos, con la diferencia de que nuestra crisis no tiene margen de retorno.
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El público necesitaba más que nunca a los héroes más poderosos de la Tierra, a esos que superan todas las adversidades para salvar el día, al menos en el imaginario cinematográfico. En su lugar, la franquicia nos concedió personajes aquejados e incluso derrotados por momentos. Esto provocó que, contra todos los pronósticos, el público saciara su necesidad con los perdedores.
No es casualidad que Guardianes de la Galaxia Vol. 3 sea una de las películas más queridas de la era post-Endgame. Tampoco que Thunderbolts* vaya en esta misma línea.

El filme dirigido por James Gunn abrazó al cambio y al dolor como una parte inherente de la vida. El de Jake Schreirer se encaró con los demonios internos que aquejan a tantas personas con el fin último de normalizarlos, mostrar que cualquiera puede padecerlos, demostrar que pueden ser superados y dejar en claro que nadie está solo en la lucha. En un mundo plagado de estímulos que contribuyen a crear falsas nociones de felicidad absoluta, resulta gratificante que una superproducción se decante por un tema tan importante, pero a su vez tan estigmatizado, como es la salud mental.
Lo hace de una manera directa, con una aventura que se olvida de los villanos en forma y que convierte a los demonios internos en el rival a vencer, personificados por una sombra, o quizá deberíamos decir un vacío, que devora todo a su paso. No menos brillante es la manera en que los antihéroes contienen la amenaza, con un abrazo conjunto que no es, sino una forma de decir “juntos podemos encontrar una solución”. Las cualidades del filme no terminan aquí.
¿Qué es un “impeachment”? Fue una pregunta recurrente entre el 2018 y 2019, cuando Donald Trump enfrentaba la posibilidad de ser destituido de su cargo, algo que finalmente no sucedió. Aunque no tenemos un conteo oficial, podemos decir sin temor a equivocarnos que Thunderbolts* es una de las películas que más veces ha empleado el término desde entonces. El proceso fílmico no apunta a máximos mandatarios, sino a la congresista Valentina Allegra de Fontaine que ha aprovechado su cargo para acciones poco éticas en la busca de un presunto bien mayor.
“Ahora te tenemos”. Resulta imposible no emocionarse con la frase que Yelena susurra al oído del personaje. Más aún en un contexto contemporáneo marcado por el desencanto político en la unión americana y en muchos otros países del mundo. Las palabras de la antiheroína recuerdan que el poder no reside en los cargos, sino en la unión, lo que invariablemente convierte a Thunderbolts* en un llamado a la acción colectiva, a la fuerza de lo marginal y a la posibilidad de redención a través de la comunidad, incluso en los escenarios más sombríos.
Es así como Thunderbolts* deja atrás las viejas fórmulas para recordarnos que hasta los personajes más quebrados pueden encontrar propósito, que los ideales pueden sobrevivir al cinismo y que, en medio del caos y la incertidumbre, Marvel todavía tiene muchas historias por contar. Una prueba irrefutable de que la franquicia está más viva que nunca, resguardada por esta improbable que se ha ganado con creces el derecho propio de ser rebautizada como New Avengers.
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