Luc Besson ofrece una mirada a las injusticias de la sociedad mediante una cinta impredecible, vigorizante y alocada donde el amor de los perritos lo es todo.
No cabe duda de que Luc Besson es uno de los directores internacionales más importantes de las últimas décadas. Si hay algo por lo que el realizador destaca, es por la forma desfachatada en la que mezcla imágenes altamente estilizadas con historias de suspenso, crimen y ciencia ficción, las cuales casi siempre están diseñadas para poner a prueba la paciencia del espectador, sobre todo ante situaciones de alta tensión.
No obstante, algo que el realizador también sabe hacer muy bien es crear personajes sumamente interesantes y bien desarrollados, los cuales atraen al público, cuestión que hace que sus vivencias importen en todo momento.
Dicho esto, reportamos con gusto que Dogman, de Luc Besson, es la película que funciona como un “grandes éxitos” de este ecléctico cineasta. En su regreso a la silla de dirección después de cinco años desde Anna: El peligro tiene nombre (2019), el francés finalmente se atreve a juntar en un mismo proyecto todos los elementos característicos de su filmografía, entregando una experiencia única y vigorizante.
Crónica de una vida inquebrantable
Para contar la historia de Dogman, Luc Besson no pierde ni un segundo al momento de presentarnos a su protagonista y su trágica vida. Después de una enigmática persecución policiaca que termina con una jauría siendo liberada de una camioneta, conocemos a Douglas “Doug” Munrow (Caleb Landry Jones), un hombre vestido en drag que tiene una peculiar relación con los perros que llevaba en la camioneta –qué poético que la pronunciación de Doug en inglés sea “Dog”–. ¿Cómo comenzó la persecución? Es lo que sabremos cuando el protagonista llegue al cuarto de interrogatorio de la estación de policía más cercana.
Aquí, el estelar conocerá a la agente Evelyn (Jojo T. Gibbs), a quien, a manera de flashback, le contará por qué iba en el vehículo a tan alta velocidad. Y lo más importante, por qué los tiernos animales lo acompañaban en la fallida hazaña.
Al narrar las vicisitudes a las que se enfrenta Doug, el director toma lo mejor de El silencio de los inocentes (1991) –es decir, las conversaciones entre Hannibal Lecter y Clarice Starling– y lo lleva a niveles melodramáticos bien ejecutados. Seremos testigos del ascenso de un antihéroe desde que sufría maltrato a manos de su padre y su hermano hasta que encuentra una forma de hacerle frente al trauma de su infancia gracias al cariño y la comprensión de los canes.
Es mejor no decir mucho, porque esta es una cinta con muchos giros de tuerca. Pero lo cierto es que nada funcionaría sin esta introducción, que sirve para crear una fuerte conexión entre el personaje principal y quiénes están del otro lado de la pantalla. A partir de este planteamiento, él nos llevará de la mano durante sus desventuras. La otra cosa que hace que todo funcione es la genial actuación de Landry Jones, quien, con mucha calma y sin exagerar, nos comunica en todo momento lo que siente, pero cuando la situación lo demanda se vuelve alguien impredecible. Hay ocasiones en las que no sabemos lo que hará, y eso eleva la tensión al máximo.
Revelando las capas
El guion y la estructura de la cinta son tan impredecibles como su protagonista. Y es que parece que el director no se pudo contener cuando estaba escribiendo el proyecto. Quiso dejar intactas todas las ideas que vació en el papel. Así, tenemos que, después de conocer las dificultades de su infancia, pasamos a conocer la forma en la que Doug hace las cosas en la cotidianidad. Cabe señalar que no son cosas que haría alguien común.
Si el drama inicial ya era lo suficientemente contundente, de pronto estaremos dentro de un thriller de acción criminal que nos sacudirá. Ahí, Douglas y sus tiernos amigos se convertirán en los protectores de un barrio aterrorizado por un capo conocido como “El verdugo”.
Y, sin previo aviso, pasaremos a ser testigos de una desgarradora historia de amor que nos adentrará en las motivaciones del estelar. Estamos al borde del asiento cuando entra… ¡Un musical con canciones de Edith Piaf!
Se trata de un subibaja de emociones que funciona mejor cuando sus propósitos se van descubriendo poco a poco. Eso sí, algo que es muy notorio son las múltiples críticas que se hacen a las sociedades que abandonan a sus habitantes cuando son diferentes. Por extraño que parezca, todo funciona. Esto es gracias al tinte frenético que lo cubre todo. Presenciar este rompecabezas es muy entretenido. Además, captar las referencias a otras cintas del realizador como Nikita (1990), El perfecto asesino (1994) y, por supuesto, El quinto elemento (1997) –con escena de ópera incluida–, es un deleite.
El mejor amigo del hombre
Sin duda, además de la alocada propuesta narrativa y la actuación del protagonista, Dogman: Vida inquebrantable tiene un componente infalible: los perritos actores. Cada cosa que hacen está coreografiada a la perfección y encaja muy bien con la idea de cada escena.
Es gracias a su ternura que, constantemente, olvidamos que estamos viendo algo muy sombrío, y su presencia contrasta sobremanera con el tono dramático que se maneja.
Al final, su importancia para el conjunto se puede resumir en una frase del estelar: “El único defecto de los perros es que confían en los humanos”.
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