Demián Rugna presenta una espiral de angustia y desesperación que es difícil presenciar, pero que está plasmada con maestría, explotando elementos dignos de una gran pantalla.
El cine, del género que sea, siempre refleja las preocupaciones actuales del mundo. Cualquier película, por más escapista que sea, tiene como objetivo hacer un comentario sobre lo que están viviendo determinadas sociedades en determinados momentos. Claro que, con el paso de los años, las cintas de horror se han coronado como las favoritas para poner el dedo sobre la llaga con respecto a lo que tenemos que mejorar como comunidad.
Cuando acecha la maldad, la nueva entrega del cineasta argentino Demián Rugna, es uno de los mejores ejemplos recientes de cómo se pueden utilizar las temáticas escabrosas para provocar en el espectador algo más que sólo escalofríos. Ni bien se encienden las luces de la sala y ya estamos reflexionando acerca de nuestros errores y como podemos convertirlos en aciertos. Sin embargo, a la cinta no le interesa aleccionar. Quizá incomodar un poco, sí, pero su objetivo principal es mantenernos en vilo con muchísima imaginación y recursos prácticos.
(No) todo está perdido
Si un día alguien me hubiera contado la trama de Cuando acecha la maldad durante una plática casual, probablemente me habría sonado familiar. Se trata de dos hermanos quienes descubren que en el pequeño pueblo de Buenos Aires donde viven hay un “encarnado”, o un vecino poseído.
Pero no se trata de cualquier posesión. Lentamente, el demonio que está a punto de nacer en el cuerpo del señor Uriel va descomponiéndolo hasta dejarlo postrado en su cama. En el pueblo son muy supersticiosos. Están seguros de que el mal se va a esparcir, usando como receptáculo y fuente de energía a todo ser vivo que se cruce en su camino.
Por eso, llaman a los hermanos antes mencionados, Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jaime (Demián Salomón), así como también al sheriff local, Ruiz (Luis Ziembrowski), para pedirles que se lleven a Uriel –a punto de transformarse en cadáver– lejos de ahí, con el fin de evitar que los habitantes de la zona se conviertan en víctimas del mal. Sin embargo, algo no sale como estaba planeado. Así, comienzan los problemas.
¿Cuántas veces hemos visto proyectos en los que la oscuridad se pasa a varias personas como una infección? Bastantes. Pero la película de Rugna logra sacarle muy bien la vuelta a ese tropo en específico. Si en el pasado ya era estimulante encontrarnos en un mundo de ficción donde no sabíamos que le iba a ocurrir al siguiente personaje “maldito”, este conjunto toma esa sensación de incertidumbre y la retuerce para crear una espiral de angustia y desesperación. Algo que pocas veces se experimenta en la sala de exhibición.
Es curioso que una de las principales características de Cuando acecha la maldad sea estar construida, precisamente, como una sucesión de escenas impactantes y angustiantes. Sobre todo porque, en el momento en el que parece que se va a cruzar la delgada línea entre el simple escándalo visual desmedido y uno bien justificado, todo se equilibra.
El shock no está ahí porque sí. Pronto nos damos cuenta de que lo que vemos es una predicción de lo que sucederá en el futuro si ignoramos lo que tenemos enfrente y seguimos actuando como si no existiera. El realizador y su equipo sólo plantan la semilla y se van poco a poco, pero no señalan a nadie. No se puede negar que de esa semilla germina uno de los mejores apocalipsis fílmicos modernos. Uno que nos afirma que se pueden lograr cosas nuevas y mejores.
Lo tétrico en su máximo potencial
Cuando acecha la maldad es una película que se tiene que ver en una pantalla grande. Así como se le puso mucha dedicación al fondo, también se trabajó bastante en su forma. Es seguro atreverse a decir que, si el largometraje se puede calificar como un magnífico exponente de horror social, es en gran parte gracias a su puesta en escena y a sus atributos técnicos.
Durante el visionado la angustia crece porque las imágenes que tenemos frente a nuestros ojos nos están diciendo algo. Empezando por los amplios, áridos y simétricos paisajes retratados por la cámara de Mariano Suárez, los cuales le dan al conjunto una cualidad melancólica y distante, casi como de western. Esto acentúa el aislamiento que viven los personajes, encerrados en sus propios pensamientos, indefensos ante lo que los está cazando.
Después, están los efectos especiales y el genial maquillaje creado por un equipo liderado por Elizabet Gora, Esta es una producción que en ningún momento intenta ocultar sus influencias. En ese sentido, el horror corporal debe ser la más importante de todas. Aquí, hay secuencias con gore, podredumbre y violencia. Nos toman por sorpresa, pero siempre están presentadas en un contexto particular, con mucha atención al detalle.
Si hay un elemento que engloba a la perfección la confusión que se pretende crear con la cinta y todos sus componentes es la potente y dramática actuación de Ezequiel Rodriguez. El intérprete logra que empaticemos con su personaje cuando, después de tantas dificultades, ya no sabe ni quién es.
Con todo esto, Cuando acecha la maldad se posiciona como una experiencia imperdible para quienes buscan verdaderos espantos y reflexiones duraderas. Difícil, pero, mientras más se piensa, es más gratificante.
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